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El perfeccionismo ha sido un tema de interés creciente en la investigación psicológica debido a su gran incidencia en la población, y al malestar que este suele llevar consigo. Siendo a su vez, una variable común y relevante en algunos trastornos, tales como la depresión, trastornos de la conducta alimentaria, dismorfia muscular, trastorno obsesivo compulsivo, fobia social o la sintomatología psicosomática (Brown y Beck, 2002; Fairburn, 1997; Frost, Novara y Rhéaume, 2002; Antony et al., 1998; Shafran y Mansell, 2001).

 

¿Qué es el perfeccionismo?

Según la teoría multidimensional del perfeccionismo (Frost et al., 1990), este  se compone de seis dimensiones. La primera hace referencia a la tenencia a marcarse uno mismo metas excesivamente elevadas, haciendo a su vez una valoración desproporcionada de la importancia de las mismas. En segundo lugar se encuentra la preocupación excesiva por los errores. También se puede apreciar una tendencia a dudar excesivamente sobre la calidad de la propia ejecución, es decir, sobre la valía personal. Del mismo modo, la existencia o percepción de expectativas y críticas paternas, caracterizadas por ser excesivamente elevadas y críticas, también contribuyen a la necesidad de ser perfectos.  Así como, en último lugar,  la importancia que el individuo otorga al orden y la organización.

La definición de las dimensiones del perfeccionismo se aprecia de forma bastante clara, pero ¿Qué necesidad o fin último hay detrás de la búsqueda de la perfección?

Para contestar a esta pregunta cabe destacar la importancia de los vínculos primarios sobre las conductas presentes, es decir, nuestro sistema de apego (Malpesa, Martín-Vivar y Chiclana, 2013). La relación establecida entre el niño y los padres o cuidador principal, es trascendental en el futuro desarrollo del perfeccionismo. Concretamente, las conductas exigentes hacia el niño realizadas desde el cariño, podrían generar un perfeccionismo adaptativo, mientras que las conductas críticas, basadas en el control y severidad por parte del cuidador pueden generar un perfeccionismo desadaptativo, es decir, un estilo de apego inseguro, en el que niño atribuye su valía personal en función de sus actos, logros o fracasos. Por lo cual, los hijos necesitarían compensar la falta de seguridad con conductas de perfección. 

En consecuencia, las personas caracterizadas por este perfeccionismo muestran normas excesivamente altas y rígidas. Lo que a su vez puede desembocar en dificultades a nivel académico y social, dado que desde la visión distorsionada que implica el perfeccionismo, se analizan los resultados de una forma muy crítica, en la que nada parece suficiente, nunca se es lo bastante bueno (Craddock, Church y Sands, 2008; Enns, Cox, Sareen y Freeman, 2001).

Por ello, cuando se desarrolla una relación de apego saludable, en la que se satisfacen las necesidades físicas y emocionales del niño, este puede desarrollar un sentimiento de seguridad y confianza que facilita la exploración del mundo físico y social. Lo que a su vez nos permite equivocarnos, ser imperfectos y exponernos a los errores (Bowlby, 1990).

¿De dónde viene el perfeccionismo?

El perfeccionismo viene de la necesidad de sentirnos queridos, válidos, suficientes y seguros (Bowlby, 1990; Bowlby, 1993; Lafuente, 2000). Es decir, se establece el perfeccionismo como vía  necesaria  para lograr la aprobación, la aceptación y el afecto de nuestro entorno en general, y nuestra figuras de apego en particular (Malpesa et al., 2013).

 

 


Apego en el confinamiento

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